domingo, 20 de septiembre de 2009


Viajera perdida en serbio


La viajera vivía ese primero de enero en Venecia, después de compartir un fin de año con arepas y caraotas negras. Uno de los venezolanos había encargado estos comestibles a su país. Todos los del grupo sospecharon, sin confirmarlo, que el inusual envío había llegado por valija diplomática. Nomás para amainar nostalgias en esa fecha, celebraron con comida venezolana.


La música compañera no podía faltar. La guitarra del brasileño nordestino había viajado con el grupo desde Perugia, en tanto su dueño marchaba al sur, a Corfú. Mayoría de venezolanos transformaron la guitarra sertaneja en cuatro llanero. El milagro exigió poco: supresión momentánea y mecánica de las cuerdas quinta y sexta. Una mano femenina y sutil las sofocaba pasando el brazo por detrás de la caja. El hábil caraqueño se encargaba de arrancar, con imprescindibles dos manos, las mejores melodías de ese instrumento recién nacido. La música venía volando del otro lado del océano, envolvente y hermanadora.
Música y palabra. Común castellano a pesar de las tantas alteraciones – bemoles y sostenidos - de los países de origen. Un poco cambiada, como la guitarra nordestina en cuatro llanero, la lengua materna permanecía siempre reconocible en sus sonoras cuerdas básicas.


De esa Venecia -Venezuela, partió la viajera a Zagreb. Iba al encuentro de otros latinoamericanos. Pero no ya con la familiar lengua del Dante como entorno sonoro y escrito.
Su croata básico le permitía apenas comprender que la impronunciable trg significaba plaza.
Y además le eran reconocibles los tres grafemas que la constituían. En el mismo sentido, tita, le indicaba “de Tito”. Y ella iba a Trg Tita, al encuentro amigo. Allí, otro chapuzón en castellano con chilenos y costarricenses.


Llegó luego a Beograd. Fue ingresar al mundo de lo indecodificable.
Una mezcla de desagrado y excitación ante el desafío, cubrió a la pasajera junto con la nieve que caía. Papelito en mano con un dibujo irregular como de nene de tres años, buscaba el correspondiente diseño en los carteles de los ómnibus. Mucha espera, mucho frío y un gran desvalimiento.
«No sé hablar; no sé leer. No soy». Así se sintió la mujer.


Tal vez habían pasado solamente diez minutos en el reloj. Una eternidad. Emergió de su desierto nevado cuando logró reconocer coincidencia entre su dibujo en el papelito - que apretaba su mano derecha enguantada - y el cartel del ómnibus que llegaba. Se le pobló y coloreó el paisaje. Hasta lindas le parecieron ahora las caras de los serbios alrededor de ella en la parada , que un momento atrás sentía de mármol blanco. Imaginó destellos de luces de colores que le guiñaban con complicidad desde la parte de arriba del aparecido ómnibus. Con intermitencia risueña, iluminaban el dibujo deseado y esperado.
Respiró aliviada, aliviadísima. Subió. Se acomodó en un asiento. Liviana, livianísima.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho! Vamos compañera de taller,a seguir escribiendo. Voy a "volar" como las hadas a ver otros blogs!!
    Subí imágenes!!!
    Beso
    astrid

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  2. Qué experiencia!!Y muy bien contada!!bien por los avances!!

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Dulce tu comentario , Stella. Comparto la celebración por el reencuentro en esta nueva sintonía de las letras y el escribir.